Después de 25 años de experiencia como profesor, quiero hacer aquí y compartir en nuestro Blog del Aula Virtual mi reflexión sobre la figura del profesor. Una persona tan relevante en nuestra sociedad. Lo ha sido siempre. Antes se le llamaba “maestro”, un término, a  mi entender, mucho más noble y con unas connotaciones más amplias que las del término “profesor”. Quizá por eso ha desaparecido prácticamente del vocabulario. Y es que, la labor del docente, llámese a éste como se le quiera llamar, es inmensa. En cantidad y, sobre todo, en calidad. Y por eso surge rápidamente la primera cuestión al respecto: ¿cualquiera puede ser profesor?

Desde mi experiencia y mis convicciones, no todo el mundo puede y, menos aún, debe ser profesor. De hecho, estoy convencido de que este es uno de los grandes males que afecta gravemente a nuestra sociedad. Una actividad tan trascendente para la formación del individuo, del ser humano, no puede recaer en personas que no reúnan unos necesarios e imprescindibles valores y cualidades, tanto personales como profesionales y debe aglutinar en su persona talentos fundamentales como:

–       El amor por la docencia y por los niños

–       El amor por la materia que imparte

–       El conocimiento profundo, amplio y la experiencia directa sobre esa materia

–       La capacidad de transmitir, de comunicar

–       Magnetismo y carisma

–       Capacidad de síntesis y de análisis para exponer con claridad los contenidos

–       Paciencia infinita

–       Empatía

–       Amplia formación pedagógica, que le permita conocer los procesos psicológicos de sus alumnos, sus debilidades y sus fortalezas, su perfil y tipología emocional, así como cada paso a seguir para conducirle al éxito.

–       Un empeño inquebrantable en sacar adelante a TODOS sus alumnos, basado en la CONFIANZA en ellos y en sus capacidades.

¿Os reconocéis en este retrato? ¿Identificáis a alguno de vuestros antiguos profesores o a alguno actual de vuestros hijos?

Pensad en la responsabilidad que implica la figura del profesor que lleva sobre sus hombros la formación de seres humanos y de toda una sociedad.

¿No creéis que todos los profesores deberían ser así…?

Yo, por mi parte, voy a expresaros mi sentir a este respecto, hablando directamente a los que sois profesores en la actualidad, o queréis convertiros en docente en el futuro. De cualquier materia o especialidad. Por favor, tened esto en cuenta cada día, antes de entrar en clase:

 

El profesor no enseña. Acompaña en el descubrimiento.

Debemos partir de la convicción de que el alumno es un ser humano perfecto, con sus cualidades completas, pero sin desarrollar. Todo potencial, lleno de curiosidad y deseo por aprender. Tu principal habilidad como profesor debe ser intuir las necesidades del alumno y acompañarle en el descubrimiento de sus cualidades. Para ello debes contar con los recursos pedagógicos más convenientes adquiridos en tu propia formación.

El profesor es un modelo para el alumno.

Cada vez que entras en el aula, te conviertes en un modelo para tus alumnos. Todas tus habilidades y destrezas nutren el crecimiento de tus alumnos, que las toman como referente e inspiración. Y más allá de la materia que impartas, serás también un referente en cuanto a la manera de expresarte, plantearles las actividades, tratarles… e incluso cómo te mueves, vistes, etc. Tenlo siempre en cuenta. Tal y como seamos, en todo los aspectos, con todo lo que esta frase implica, lo transmitiremos a nuestros alumnos. De aquí nace una enorme responsabilidad.

Educamos con las emociones

Te propongo una pequeña reflexión: ¿recuerdas a tus propios profesores cuando eras niño?… ¿Cuáles han venido a tu mente primero?… ¿A que los profesores que más recuerdas son los que te dejaron una impresión más profunda? Apuesto que son los mejores que tuviste… pero seguro que también recuerdas a los peores. ¿Por qué? Yo te lo diré: son los que despertaron en ti las emociones más intensas, tanto positivas como negativas. Así somos los seres humanos. Por mucho que nos tengamos por racionales o intelectuales lo que realmente nos mueve es nuestra naturaleza emocional. En la mayor parte de las decisiones que hemos tomado y que tomaremos en nuestra vida nos dejamos guiar por la emoción, más que por la razón. Y los procesos de memorización y aprendizaje siguen este mismo patrón. Por eso, si quieres que tus alumnos pongan atención durante tus clases, integren y recuerdan los conocimientos, en definitiva, que aprendan, debes enfocar tus clases con emotividad, despertando en ellos un interés sincero por lo que quieres transmitirles. Y sentir tú, al enseñar, esa misma emoción.

La práctica precede a la teoría

Cuando planifiques tus clases, idea siempre alguna actividad previa que invite a la participación activa. Antes del contenido teórico, y durante algunos minutos, plantea a tus alumnos una dinámica sencilla en la que tengan que intervenir, todos o algunos voluntarios, para despertar su interés y su adhesión. Siempre, en la medida de lo posible, relacionada con los contenidos que vas a proponer posteriormente. Mejor si además estimula su imaginación e incluye algo de carácter corporal, sensorial y afectivo y, además, les hace reír. Comprobarás cómo se abren a recibir tus explicaciones posteriores, y, sobre todo, asocian el efecto estimulante de la actividad a los contenidos teóricos posteriores, memorizándolos y fijándolos de forma milagrosa.

Debes familiarizarte con los procesos del aprendizaje

Quizá nadie te lo explicó antes, pero si te dedicas a la docencia, no importa de qué materia o asignatura, debes conocerlo y tenerlo muy en cuenta. Es muy simple y siempre el mismo. Te invito a que lo verifiques en tus próximas clases.

Sigue 2 secuencias inalterables:

Sensorial – Afectivo – Mental

Recibir – Repetir – Inventar

Si tienes estas 2 secuencias presentes en tu planificación de clases, tus alumnos aprenderán más, mejor y más rápido. Serás la envidia de tus compañeros y tu popularidad crecerá entre los alumnos.

La autoridad no se impone, se gana

Todos hemos sufrido, en mayor o menor medida, el exceso de autoridad de algunos profesores que trataban de mantener el orden en sus clases a través del miedo. E, igualmente, la falta de autoridad de otros, lo que convertía el aula en una ciudad sin ley. Los dos extremos son tremendamente perjudiciales para el acto educativo. Porque la atmósfera de la clase es uno de los elementos imprescindibles para poder llevar a cabo la delicada y mágica tarea de educar. Un aula llena de alumnos, o con uno solo, puede ser un lugar salvaje y hostil para el profesor, o un lugar de encuentro, afable, alegre y acogedor. La diferencia entre ambas situaciones la marcas tú, como profesor, con tu talante, tu presencia, tu carisma, tu seguridad en ti mismo y, por supuesto, tus recursos didácticos… todo suma. Y de todo eso, que debes poner en práctica y aplicar en tu clase con tus alumnos, nace la verdadera autoridad.

Confía en tus alumnos

Uno de los errores más habituales en los que caen los profesores mediocres es en exigir a sus alumnos lo que ellos no han sido capaces de ofrecerles primero. Esa es la primera causa de frustración y de sensación de fracaso para cualquier persona.

Por eso es imprescindible que tú, como especialista en tu materia, conozcas perfectamente a tu alumno y…

–       lo que sabe, antes de empezar

–       lo que es capaz de hacer

–       cuál es su punto de partida y el objetivo que te planteas para él

–       que conozcas perfectamente la progresión y el camino a seguir

–       cómo organizar el proceso educativo

–       confíes en tu alumno y en sus posibilidades de éxito

Solo depende de ti.

Si te ha interesado este artículo, no te pierdas la entrevista con la eminente pedagoga Ana López Cenizo

Juan Ignacio Alonso

Burgos, 18 de febrero de 2020

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